Orillas del Sar

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En las orillas del Sar       Rosalía de Castro       1884
 


    ORILLAS DEL SAR


                 I

    Á través del follaje perenne
 Que oir deja rumores extraños,
 Y entre un mar de ondulante verdura,
 Amorosa mansión de los pájaros,
       Desde mis ventanas veo
       El templo que quise tanto.

         El templo que tanto quise...
 Pues no sé decir ya si le quiero,
 Que en el rudo vaivén que sin tregua
       Se agitan mis pensamientos,
       Dudo si el rencor adusto
 Vive unido al amor en mi pecho.

                 II

    ¡Otra vez! Tras la lucha que rinde
       Y la incertidumbre amarga
 Del viajero que errante no sabe
       Dónde dormirá mañana,


      En sus lares primitivos
 Halla un breve descanso mi alma.

    Algo tiene este blando reposo
       De sombrío y de halagüeño,
 Cual lo tiene en la noche callada
       De un ser amado el recuerdo,
 Que de negras traiciones y dichas
 Inmensas, nos habla á un tiempo.

    Ya no lloro..., y no obstante, agobiado
 Y afligido mi espíritu, apenas
 De su cárcel estrecha y sombría
       Osa dejar las tinieblas
       Para bañarse en las ondas
       De luz que el espacio llenan.

    Cual si en suelo extranjero me hallase
       Tímida y hosca, contemplo
 Desde lejos los bosques y alturas
       Y los floridos senderos,
 Donde en cada rincón me aguardaba
       La esperanza sonriendo.

                 III

    Oigo el toque sonoro que entonces
 A mi lecho á llamarme venía
 Con sus ecos, que el alba anunciaban;


       Mientras cual dulce caricia
       Un rayo de sol dorado
 Alumbraba mi estancia tranquila.

    Puro el aire, la luz sonrosada,
       ¡Qué despertar tan dichoso!
 Yo veía entre nubes de incienso
       Visiones con alas de oro
 Que llevaban la venda celeste
       De la fe sobre sus ojos...

         Ese sol es el mismo, mas ellas
       No acuden á mi conjuro;
 Y á través del espacio y las nubes,
 Y del agua en los limbos confusos,
 Y del aire en la azul transparencia,
 ¡Ay!, ya en vano las llamo y las busco.
 
         Blanca y desierta la vía
       Entre los frondosos setos
 Y los bosques y arroyos que bordan
 Sus orillas, con grato misterio
 Atraerme parece y brindarme
 A que siga su línea sin término.

         Bajemos, pues, que el camino
       Antiguo nos saldrá al paso,
 Aunque triste, escabroso y desierto,


       Y cual nosotros cambiado,
 Lleno aún de las blancas fantasmas
       Que en otro tiempo adoramos.

                 IV

    Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
       Caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
 Siempre serena y pura;
 Y con mirada incierta, busco por la llanura
 No sé qué sombra vana ó qué esperanza muerta,
 No sé qué flor tardía de virginal frescura
 Que no crece en la vía arenosa y desierta.

    De la obscura Trabanca tras la espesa arboleda,
 Gallardamente arranca al pie de la vereda
 La Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
 Prestando a la mirada descanso en su ramaje
 Cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada,
       Que las pupilas ciega,
 Atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

    Como un eco perdido, como un amigo acento
       Que suena cariñoso,
 El familiar chirrido del carro perezoso
 Corre en alas del viento, y llega hasta mi oído
 Cual en aquellos días hermosos y brillantes
 En que las ansias mías eran quejas amantes,
 Eran dorados sueños y santas alegrías.


    Ruge la Presa lejos..., y de las aves nido
       Fondons cerca descansa;
 La candida abubilla bebe en el agua mansa,
 Donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
 Beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
 Las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
 Donde de los vencejos que vuelan en la altura
       La sombra se refleja,
 Y en cuya linfa pura, blanco el nenúfar brilla
 Por entre la verdura de la frondosa orilla.

                 V

   ¡Cuan hermosa es tu vega! ¡Oh Padrón! ¡Oh Iria Flavia!
Mas el calor, la vida juvenil y la savia
      Que extraje de tu seno,
Como el sediento niño el dulce jugo extrae
      Del pecho blanco y lleno,
De mi existencia obscura en el torrente amargo
Pasaron, cual barridas por la inconstancia ciega,
Una visión de armiño, una ilusión querida,
      Un suspiro de amor.

    De tus suaves rumores la acorde consonancia,
 Ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura
       A impulsos del dolor;
 Secáronse tus flores de virginal fragancia,
 Perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,
       El alba su candor.


    La nieve de los años, de la tristeza el hielo
 Constante, al alma niegan toda ilusión amada,
       Todo dulce consuelo.
 Sólo los desengaños preñados de temores
       Y de la duda el frío,
 Avivan los dolores que siente el pecho mío;
       Y ahondando mi herida,
 Me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
       Eternas de la vida.

                 VI

    ¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella
 Viendo cuan triste brilla nuestra fatal estrella,
       Del Sar cabe la orilla,
 Al acabarme, siento la sed devoradora
 Y jamás apagada que ahoga el sentimiento,
 Y el hambre de justicia, que abate y que anonada
 Cuando nuestros clamores los arrebata el viento
       De tempestad airada.

   Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora
       Tras del Miranda altivo,
 Valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
 En vano llega mayo de sol y aromas lleno,
 Con su frente de niño de rosas coronada,
       Y con su luz serena:
 En mi pecho ve juntos el odio y el cariño,


       Mezcla de gloria y pena,
 Mi sien por la corona del mártir agobiada
 Y para siempre frío y agotado mi seno.

                 VII

      Ya que de la esperanza para la vida mía
 Triste y descolorido ha llegado el ocaso,
 Á mi morada obscura, desmantelada y fría
       Tornemos paso a paso,
 Porque con su alegría no aumente mi amargura
       La blanca luz del día.

       Contenta el negro nido busca el ave agorera,
 Bien reposa la fiera en el antro escondido,
 En su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,
       Y mi alma en su desierto.



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